S M A R T I T I S

La «Smartitis» no sólo es una patología indeseable, sino que además es contagiosa.

Se trata de una parasitosis, que se aprovecha del huésped haciéndose pasar por un órgano vital del mismo. Mientras la tecnología hace posible la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos de manera sostenible, gurús, abogados, economistas y falsos ingenieros intentan convencernos de que esa tecnología realmente no tiene nada que ver con las Smart Cities, sino que se trata de poner al ciudadano en el centro, y de «innovar» (socialmente o como sea).

Ya me explicarán cómo puede innovarse socialmente sin la innovación tecnológica para mejorar esos servicios al ciudadano. ¿Alguna vez ha ido la tecnología a atender otra cosa que no fuese una necesidad?. Siempre han ido de la mano, y son inseparables.

Las servicios de las Smart Cities rebosan tecnología, en infraestructuras, datos, comunicaciones, movilidad, etc.; y sin ella no hay negocio Smart que valga, por más que se sumen a esta moda falsos defensores de la democratización tecnológica que hablan de cooperación y que no colaboran realmente en el desarrollo de las ciudades.

La ciudad es centro neurálgico de democracia, comunidad, civilización, cultura, etc… Los mismos vendedores de humo que se apresuraron a denominarla «ecosistema»‘, ahora hablan de «filosofía»; y me van a perdonar, pero aunque todo eso está muy bien, y, por otra parte, también necesario; la Smart City será aquella que ofrezca soluciones reales para los problemas reales.

Huyamos de quienes vienen a decirnos quiénes somos, qué representamos y qué hacemos; eso ya lo sabemos. Centrémonos en optimizar servicios y mejorar la calidad de vida de manera sostenible. No se trata sólo de hacer ciudades para los ciudadanos; sino de hacer que las ciudades realmente sean los propios ciudadanos.

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